La orilla de lo electoral

GABRIEL ADRIÁN QUIÑÓNEZ DÍAZ

Un equívoco concepto de democracia, y la evidente perversión de las instituciones, han provocado que la lógica electoral invada todos los ámbitos de la actividad humana. Originada desde la academia hasta las artes, desde la administración pública a la literatura, están atravesadas por la lógica política.

El aire de las campañas invade todo lo que suene a público, incluso las acciones que pertenecen a lo privado y lo íntimo. Los defectos del populismo y las “artes” de los profesionales en el cabildeo, pervierten los más infrecuentes temas.

Ciertas personas están convencidas de que “ante todo hay que ser demócrata”, como si esa forma política de elegir gobernantes y el modo de entender la tarea de gobernar-porque eso es la democracia, deba aplicarse como estilo integral de humanidad y método para lograr excelencia en las ciencias, rigor en la academia y valor en el arte. Ese es el grave error de la “inflamación democrática” que vivimos.

Someter todas las instituciones a las lógicas del mercado electoral arruina la vida social, anula la excelencia, enerva las capacidades y eleva la mediocridad a niveles absurdos. Afianza lo que alguien llamó, “el ascenso de insignificancia”. Aplicar las lógicas electorales e inocular conductas populistas en la administración de justicia, por ejemplo, conduce a liquidar la judicatura como factor de civilización, porque el juez sometido a las tensiones del comportamiento político, deja de pensar en la justicia con que se debe tartar los procesos y cede a las tentaciones de la “popularidad”. Entonces, los magistrados se transforman en personajes mediáticos, en hombres de entrevista y micrófono; y aspirantes a monumento y biografía. El problema está en que el rigor de los procesos y la aplicación de la ley no son, necesariamente, populares.

Lo mismo ocurre en la economía y en la cultura. Las lógicas electorales conducen a tomar las decisiones erróneas y catastróficas. Tras la inflamación, se agazapa el ansia de algunos de los gobernantes de estar primero en los sondeos, y de no poner en riesgo la reelección de algunos demagogos, está la desesperación por el aplauso que suscita el nacionalismo trasnochado de un precario y ortodoxos neoliberalismo. En el que incluso la cultura sufre las consecuencias de la invasión del democratismo y transforma la novela en folletín.

Las cosas en su sitio. La “democracia electoral” sirve -porque aún no hay otro método idóneo-para elegir gobernantes, y eso con grandes márgenes de error. En muchos de los casos no sirven ni para nominar a los mejores, ni para distinguir lo bueno de lo malo, ni lo razonable de lo imprudente. No sirve en la universidad, ni en la cultura, ni en la economía. No sirve en la mayoría de los temas humanos.

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