Una pérdida cultural

POR: Pablo Rosero Rivadeneira

A las 12h30 del 4 de febrero de 1797 ocurrió uno de los sismos más potentes de los que se tenga memoria en el Ecuador.  En Quito, el terremoto casi echó abajo a la Catedral. Mientras se la reconstruía, la cercana iglesia de la Compañía hizo las veces de Catedral.   El templo jesuítico estaba casi abandonado luego de la expulsión decretada por el “real ánimo” del rey Carlos III de España. La Junta de Temporalidades -verdadera ave de rapiña que cayó sobre los bienes de la Compañía- entregó el templo a manos desafectas que la descuidaron.

Adjunta al templo, dentro del vasto edificio jesuita, estaba la Universidad de San Gregorio Magno, fundada en 1620 y cerrada al público en 1777 por otra arbitraria decisión de la famosa Junta de Temporalidades. No obstante, la actividad académica continuó en esos venerables claustros, pues a ellos se trasladó la Universidad de Santo Tomás de Aquino regentada por los dominicos.

Por algunas inscripciones en el Salón de Grados de la Universidad, es posible conocer, por ejemplo, la participación de Manuel Rodríguez de Quiroga en un certamen académico. Por una coincidencia fatal, en ese edificio Quiroga ofrendaría su vida por la causa de la libertad el 2 de agosto de 1810. En esa masacre murieron también los más destacados intelectuales de la época, con cuyo aporte otro hubiera sido el destino de la nación que empezaba a formarse.

Empero, la pérdida cultural venía de años atrás.  Exactamente desde el 20 de agosto de 1767, cuando la “Pragmática Sanción” de Carlos III cortó de un tajo dos siglos de labor civilizadora de los jesuitas.   Entre los expulsos estuvieron ilustres personajes como el P. Juan de Velasco, destacado historiador; el P. Juan Bautista Aguirre, agudo poeta y científico; o el P. el P. José de Orozco, poeta épico, gramático y bibliotecario del Colegio de Guayaquil al tiempo de la expulsión.