Encerrados otra vez

Iván Paredes

La pandemia por Covid-19 se ha convertido en un dolor de cabeza para los gobiernos y Estados que han demostrado su inoperancia frente a casos extremos como el que le ha tocado vivir a las actuales generaciones. Es que, buscar la vía más rápida y fácil para prevenir y controlar esta enfermedad como es confinar a toda una sociedad sin importar sus necesidades, modo de vida, de pensamiento, es una manera de demostrar la poca importancia y el descuido frente a las calamidades de salud del ser humano; es decir, es preferible morirse de hambre que de Covid-19.

Esta decisión política de restricción para que las personas permanezcamos en casa (arrendadores en lugares ajenos) debido al riesgo especifico, con especial atención para que no afecte a determinadas áreas o lugares, hace que las medidas tomadas no tengan el impacto deseado. Recordemos que el primer encierro por obligación a nivel mundial se produjo en Wuhan – China, donde, supuestamente, fue el origen de la pandemia, población incomparable a la nuestra en su cultura, economía, organización social. La Organización Mundial de la Salud ha recomendado que los “cierres cerrados” deben ser medidas a corto plazo para lograr un equilibrio entre las restricciones y la cotidianidad; pero, la misma Organización ha señalado que la mejor protección y defensa contra el coronavirus es la higiene personal, es decir, el uso abundante de agua y jabón, es por ello, que han existido muchos cuestionamientos referentes al encierro general obligatorio porque ha sido realizado en pocos países con modos de vida y comportamiento diferentes.

La desigualdad que genera estas decisiones hace que sigamos sin rumbo fijo, porque, beneficia a quienes tienen un sueldo asegurado pagado por un Estado quebrado, que es la minoría de la población; mientras, la mayoría poblacional vive del trabajo diario incluida la afectación emocional que generan las instituciones financieras al ser indolentes frente a los acontecimientos.