Mujeres que quiebran y hombres conscientes

Cuando somos niñas, nos enseñan que levantar nuestras voces, ser audaz al opinar y tener sentimientos intensos no es digno de una “buena” mujer. Llegamos a convencernos tanto que nuestras actitudes no son femeninas, que la jaula en la que llegamos al mundo desde el útero crece con candados y límites cada vez más fuertes.

Vivir bajo una cultura patriarcal, nos crea tanta desconfianza de nosotras mismas y tanto sometimiento a ciertas conductas, que logra que nos autocensuremos y estigmaticemos; la sociedad machista gana así, haciéndonos sentir esa presión y a la vez nos controla.

Aprendemos en los cuentos, que Caperucita debía ir acompañada al bosque, que nuestro valor se mide en los kilos que marca la balanza, que nuestros sistemas reproductivos deben ser cuestionados por religión y no protegidos con educación, que la mujer nace de una costilla y cuando desafía a Dios hace que recaiga una maldición a su  descendencia y condena al mundo. Nos han convencido de vivir con miedo a ser; no logramos honrar nuestros cuerpos, nuestro juicio, nuestras experiencias y libertades.

Absurdos, estos condicionamientos generan que los niños también se alejen de su humanidad y de su sensibilidad. Los educamos desde pequeños para ser rudos, fuertes, inquebrantables, conquistadores. Ellos deben aguantarse las lágrimas y mostrar su poder. Luego nos asombramos de tener millones de hombres violentos, llenos de ira y con “masculinidades frágiles”, cuando los hemos educado para expresarse así.

Es maravilloso encontrar mujeres que quebraron este sistema y hombres conscientes de que no necesitan demostrar su hombría reforzando su machismo, pero es una pesadilla hacerlo en lugares en donde el estigma es más fuerte que nuestro propio poder.